EN CASA, después de unos días de ajetreo. El cielo va tomando el cariz de una primavera tímida y retraída. En el campo hemos visto brillar las amapolas y cómo golpeaba la lluvia el terruño. El trigo, a pesar de carecer de fruto cierto, se mantenía erecto. El sol, reflejado en sus espigas, se convertía en un crisol vespertino, benevolente estadía de la tarde. Y E., como si estuviera contemplando el mismo paisaje, danzaba lentamente, comunicando su presencia cada vez más perfilada.
Había en todo ello, en esa tranquilidad del paisaje y en el gris del cielo derruido, una templanza y una gratitud, quizás una claridad insospechada que lo inundó todo y que dejó todo con los contornos moldeados por la luz. La naturaleza siempre otorga un don y un abismo. Habitarlo en la armonía depende de la palabra y la música del alma.
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DE Cahiers, de P. Valéry, me gusta todo. Es uno de esos libros inagotables, a los que acudo cuando necesito algún estímulo intelectual. Leo con atención: "Belleza. Cuanto más te veo, más te quiero. Tu imposible, tu necesidad, tu presencia se disputan mi estado. Si alguno de esos factores falta, la obra falla o no existe. La obra debe crear la necesidad y satisfacerla. Y, además, hacer sentir que ni esa necesidad ni su satisfacción estaban a nuestro alcance. de ahí el infinito recomenzar del deseo".
Estos asertos sobre la belleza, tan cercanos a la postura juanramoniana, me llevan a escribir y a pensar sobre lo poético. Sin embrago, unas líneas más abajo, podemos leer unas líneas que entroncan con lo que denuncia Vargas Llosa en su nuevo libro. Fue escrito en 1945: "del arte moderno o de la disminución de las exigencias de los autores y de los consumidores. Sustitución por la intensidad de efecto inmediato y la sorpresa. es u retroceso ante las exigencias, regresión". En efecto, esa falta de intensidad, esa regresión propiciada por las faltas de exigencias y la orientación a lo inmediato, es, precisamente, la civilización del espectáculo en la poesía.