EN el sueño de la flauta E. despierta con una cabellera de luz. Sus manos transparentes, la búsqueda del mundo en sus ojos blanquecinos arden en las manos de M.C. Contemplo la escena amparado por una aritmética y una perplejidad; contraído por un fervor que nace desde dentro, desde la esencia y donde uno es la especie misma. Hay una estirpe de luz en los ojos de E. que, al fijarlos en mí, otorgan la claridad nunca advertida de la naturaleza. E. convoca todo lo que nunca he sido.