lunes, 14 de mayo de 2012

NADA más bello que nacer con los acordes de Mozart.

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AYER, por la tarde, leímos los tres a Boecio. Fue recogidos en una solemnidad repleta de diversión. Con la entonación debida, acercaba mi boca al cuerpo de E. mientras ella dejaba señales de su figura en la piel de la madre. El origen, la naturaleza, el bien aquí marcado, el fuego de la tierra, el aire de las aguas...parecía que le estaba hablando de su origen, sí, a ti, E., latente vida y ensueño de sauce. 

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AL revisar las anotaciones de hace unos días, y mientras suena la Sonata para piano K. 331 de Mozart,  advierto que van quedando las cosas importantes, las que siempre fueron y debieron estar a mi alrededor. Personas, libros, palabras, gestos, música, arte, naturaleza. Toda la simpleza del gran misterio de la vida. Cuánta complejidad en la tierra y cuántas aristas en el aire; qué muda la luz penetrante y qué delirio el decir de las encinas.