jueves, 26 de enero de 2012


DICE María Zambrano que el texto perfecto es el que combina poesía y prosa en un número perfecto, en una matemática celeste, equilibrada e iniciada. Lo dice elogiando Vita Nuova, de Dante. A continuación, menciona las virtudes de Antonio Machado como ningún crítico ni lector lo había realizado antes. Del poeta español afirma que en no pocos de sus poemas se conjugan la poesía y el pensamiento en un acorde ancestral, en una comunión armonizada de esos dos vectores fundamentales de la palabra poética.  
Termino de escribir estas líneas con la visión esférica de Dante al final de Vita Nuova en mis ojos. Y lo hago para poder interpretar los símbolos de este día, de un día de límites, de sometimientos a la palabra poética como nunca antes había tenido. Es una ceguera visionaria, un estarse convivido. Una experiencia vivificante, que ha depurado los conceptos y confirmado la fidelidad a lo que intuía.   
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QUIZÁS, este diario no debiera ser más que una Poética. Una poética complementaria a los versos (lerdos, tristes) que va uno pergeñando. Buscar el ritmo complementario del pensamiento, pero de un pensamiento taimado, cercano a las propiedades de la luz crepuscular, al calor que habita en la piedra incluso cuando el sol ha desparecido y ya la luz es una figuración de la memoria. El calor presentido en la piedra, en el cuerpo mortecino y en sus granos, un calor percibido por las palmas de las manos abiertas, desesperadas, gritando a lo inocuo la sangre transida de deseos.