lunes, 16 de enero de 2012


LLEGO emocionado a casa por las palabras iniciales de JMJ esta tarde en Sevilla. Este rubor se parece al que me invadió, hace ya algunos años, cuando interpreté Réquiem, de Faurè, con una orquesta austríaca. Ni el clarinete principal ni yo pudimos comunicarnos más que con la música, pero fue tan pleno y delicioso todo... Parecía que hubimos de conocernos antes de interpretar juntos, a dos voces, la partitura. Sin embargo, lo único que quiso unirnos fue la música. Hoy hemos interpretado, con JMJ, una sonata de invierno en honor a JSM.    
Ahora que lo pienso, comprendo que no estuve a la altura de su intervención y que hubiera sido más honesto haber escrito un texto agavillando los elogios sinceros a su libro, Cúpulas y capiteles.  Sin embargo, antes de comenzar a intervenir, pude escribir la siguiente frase en las vueltas de una hoja blanca: "Hay escritores a los que cuando uno escucha y lee, al hacerlo, desea, imantado por el verbo, parecerse a ellos". JMJ, esta tarde, ha dejado, a la altura de las cúpulas y de los capiteles, su palabra arbotante y de contornos sixtinos.
Escasea, entre los escritores contemporáneos, el manejo literario de la lengua. No el que deriva en excesos e irrumpe en desconcertantes juegos fónicos, sino el que ahonda y lustra las palabras de nuevo. La complementación en la prosa de JMJ, así como la bimembración de sus ritmos léxicos tan sujetos a la adjetivación, se unen a la elipsis y la metalepis para ofrecer unos frutos que, siempre, ofrecen Literatura, nada más y nada menos.     
Existe en su palabra una virtud sostenida y que es escasa en la actualidad: la del fervor literario; y, eso, sí, es un deseo compartido, compañero. 

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HOY, lección de vida. Todo proviene de los demás: la amistad, la gratitud, la palabras aceradas de sinceridad. Sin embargo, lo más hondo y profundo sucedió sin palabras, en silencio, con la figura en quietud y la mirada sostenida de claridad. Al fondo, al fondo de las retinas la claridad, el silencio, el centro del bosque.