domingo, 15 de enero de 2012


ESCRIBÍA, hace poco, sobre las diferencias entre el novelista y el poeta. Sobre este asunto, podría uno estar escribiendo eternamente, pues el origen de la dicotomía es ya un engaño o, en mejor decir, una reflexión demasiado débil, casi un maniqueísmo, pues los dos trabajan con una materia común, la lengua, la palabra y cada cual, crea con ella con unos mecanismos pertinentes y adecuados a lo que se quiere expresar. Sin embargo, esta circunstancia no elimina el hecho de que sean distintos y de que, además, consigan, en la expresión literaria, resultados dispares.    
En cualquier caso, sigo pensando que un novelista, si escribe, por ejemplo, de Leopardi, lo hará ateniéndose a las insustanciales acciones del poeta, al anecdotario más o menos conocido, dejando la introspección de su obra y de su vida al margen de lo primordial de su discurso. Sin embargo, un poeta, cuando es verdadero y escribe, por ejemplo, sobre Leopardi, comparte la sustancia poética con él, se posiciona como un lector cuya tendencia es el ahondamiento. Hay, entre los poetas, un fuego compartido, un nutriente común que los empareja. No así con los novelistas.
Mientras uno, el narrador, dejará en los márgenes el verdadero pálpito de la poesía, el otro, el poeta, habitará en ella con él y gracias a él.  Por este motivo, cuando alguien está leyendo la palabra de un poeta, sea cual sea el género, hay un cuidado y un esmero y una vuelta a la semilla que en raras ocasiones sucede en los novelistas. Por este motivo, las novelas que se han escrito desde otro entendimiento, son consideradas poéticas, líricas quizás, alejadas de lo que se espera en la narración. Podríamos decir que el poeta escribe y lee hacia la verticalidad y el narrador tiende a la horizontalidad. Aunque, evidentemente, qué lábiles son estas conclusiones.  
***
LA literatura es siempre un texto de textos, pues el lector va convocando las voces de los escritores de los que ha ido aprendiendo cómo entender la realidad. El cedazo de la palabra literaria es la lectura, el origen, el deslumbramiento. Luego, ya apocopada la impresión inicial, el poeta comienza a oscilar entre el pensamiento y la vida, lo vivido, lo sentido, lo ensoñado: desea habitar y explorar el misterio. Del equilibrio entre estas vetas de la ficción y la realidad depende que su palabra sea palabra en el tiempo o floritura de paso.