ZIBALDONE, de Leopardi y Cahiers,
de Valéry, poseen la misma sustancia: pensamiento dinámico, diario de una mente.
En uno y en otro, el pensamiento es el que dirige el devenir de las palabras y
el que va configurando una estación total en movimiento. ¿Tienen, por ello,
menos validez artística que una novela? No lo creo así; además sería difícil que
una novela pudiera abarcar lo que se escribe en estos libros, como tampoco lo abordaría la poesía, por ejemplo. No existe en
nuestra literatura ningún libro a la altura de estos que menciono. [Llaman a la
puerta. El cartero. Por fin el libro de ensayos de A.C. Con él, Letras flamencas, de R.L.Gracias.]
Bien pensado, este tipo de volúmenes quizás se perdió para siempre cuando llegó el siglo XX y se extinguió las voluntades universalista y enciclopedista para las letras. Porque, en cualquier caso,
tanto en las palabras de Leopardi como en las de Valéry, lo que existe con
evidencia es una pulsión de comprender el mundo vinculándolo a la palabra, como si hubieran sido fotógrafos que saben que la realidad solo permanece en esas hechuras por unos momentos -fugitivos, raudos, ágiles- y ya nunca más se pudieran transmutar y captar con la cámara.
***
CON Leonardo da Vinci el ser
humano comprendió que comprender es crear. Comprender es un acto de creación
que puede, incluso, estar compuesto con fines estéticos e intencionalidad
artística. El ojo que ve no es el ojo que
siente, es cierto, pero de la misma manera que comprender continuamente el
universo que nos acoge no es distinto a crear. ¿Será un matiz de la creación o
la condición indispensable para crear?
O, más bien, pudiéramos decir
que, en los grandes autores, no hubo creación sin antes comprensión, pues toda obra
artística sobresaliente sintetiza en ella misma una cosmovisión de lo que
somos y entendemos. No es meramente el pensamiento trasvasado a la literatura sin más, como se piensa demasiadas veces. Así, cuando el lector se encuentra leyendo este tipo de
páginas, halla en ellas una placidez, un cauce en que desplegarse, una armonía
amplia y hermosa que lo sobrecoge y por la que discurre sintiéndose vivido.
***
HAY peligrosos allegados a la
literatura que están interesados por la pequeña reputación que pudiera otorgarle
el participar de ella. Ocurre con mucha frecuencia en los últimos años;
pequeños demiurgos instigados por su vanidad o su prepotencia o por su ego, comienzan a encender aquí y allí
antorchas para beneficiarse de los demás. Sin embargo, qué claridad otorga la literatura
en estos aspectos, con qué clarividencia atisba uno que a un señor lo que le
importa de la literatura es todo menos ella misma.
A estos ahogados por sus
pretensiones alejadas de lo literario, que comienzan a almendrar sus discursos
de vacuas sentencias, de porcentajes de ventas, de premios y publicaciones peregrinas,
de mediocres mensajes a escritores que creen importantes, de amistades
únicamente establecidas por otros fines que no son, en nada, literarios [y que son, como este párrafo que estoy terminando, digresión y complementación redundante] , deberá
decirles el Balzac de nuestra época: “gracias por esta comedia humana”.