LA única forma que
conozco de situarse en el centro de la poesía y no desviarse en sus límites es
la vivificación misma de la poesía: ser poesía misma. No acercarse a ella
mediante la palabra o interpretándola con mejor o peor tino. Ser poesía,
existir en la poesía actualizando el ser.
Hay que convivir con
los poetas cuya obra es el centro e irradian el aire que debe respirarse
lentamente. Si eso ocurre, si la vida se transmuta en el centro vivido, los posibles
desvíos desaparecen.
Leerlos continuamente y vivirlos, como
aconsejaba María Zambrano. Insuflarle vida al poema, distinguir la poesía del
pensamiento, aun mixturando sus esencias; cohabitar en el tiempo circular de la
poesía, mas aromando su discurso con los ecos de lo humano.
Es evidente, entonces,
que no existe, en este caso, la relectura, pues el proceso de leer a un poeta
que ha configurado parte de ese centro, que ha extendido los límites
insospechados de esa topografía, debe ser continuado, sostenido, insobornable,
sean cuales sean las tentaciones externas y las incomprensiones.
Ahora bien, es
innegable que, en ocasiones, como le ocurre, por ejemplo, al sujeto lírico de la Commedia, de Dante, no tengamos más
remedio que sentir nuestras limitaciones como hombres, nuestras precariedades como
hombres, nuestra insuficiencia como hombres. En esos momentos, que no son de
incertidumbre ni de desvío, sino de conciencia plena, siente uno en la respiración
un miedo universal, un profundo latir desconocido, insospechado, que nos conduce,
quizás, a lo inefable y que nos mide la altura del espíritu.
Afirma María
Zambrano que existir es una actualización de la esencia. ¿No será, por tanto,
la poesía verdadera la actualización de la esencia poética?