QUÉ mecanismos se ponen en
funcionamiento no lo sé, pero no hay una causa constante y aparente para que
alguien, todas las mañanas, comience a escribir en un cuaderno o a escuchar
música o a pasear por el campo, envuelto en la claridad de naturaleza y
deleitándose con ello. Menos aún, no conozco lo que principia que alguien comience
a urdir versos hasta terminar un poema. Qué difícil es escribir un poema, uno
solo, tan solo un poema y que este sea todo, siempre, al leerlo y que se alce
como palabra edificante.
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HACIA el enmudecimiento o quizás,
en mejor decir, hacia la claridad compleja.
Tiende uno, últimamente, a despojar la palabra de eufonías innecesarias o que
considero innecesarias para alcanzar el propósito. En “Cuaderno de Leonardo”, estos días, reviso los
excesos y también las penurias y lo sobrante en los poemas, pero,
detenidamente, me pregunto: ¿hay algo verdaderamente esencial en ellos?