jueves, 19 de enero de 2012


QUÉ mecanismos se ponen en funcionamiento no lo sé, pero no hay una causa constante y aparente para que alguien, todas las mañanas, comience a escribir en un cuaderno o a escuchar música o a pasear por el campo, envuelto en la claridad de naturaleza y deleitándose con ello. Menos aún, no conozco lo que principia que alguien comience a urdir versos hasta terminar un poema. Qué difícil es escribir un poema, uno solo, tan solo un poema y que este sea todo, siempre, al leerlo y que se alce como palabra  edificante.   
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HACIA el enmudecimiento o quizás, en mejor decir,  hacia la claridad compleja. Tiende uno, últimamente, a despojar la palabra de eufonías innecesarias o que considero innecesarias para alcanzar el propósito. En  “Cuaderno de Leonardo”, estos días, reviso los excesos y también las penurias y lo sobrante en los poemas, pero, detenidamente, me pregunto: ¿hay algo verdaderamente esencial en ellos?