lunes, 30 de enero de 2012


LA literatura es una herencia fastuosa y para ser heredero digno hay que tener consciencia de esa dimensión. Para conocer la dimensión, hay que leer, leer demasiado.Y callar, callar siempre, hasta lo irreprimible: la Literatura.  
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LOS poemas no se escriben con ideas, sino con palabras, dijo Mallarmé. ¿Quién puede escribir después de este aserto una poética? Se equivocan los poetas, primero la poesía, después su análisis y descripción. ¿Hay que tener, entonces,  una idea y comenzar a escribir para alcanzarla? ¿No será la medianía entre las dos posturas cuando sucede la armonía?

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CASI sin notarlo, el dos mil doce se ha colado en el registro de estas páginas. Un lustro cumplirá el escritor de este diario, dentro de pocos meses, en el compromiso profundo de la escritura diarística. Qué ha deparado no lo sé, pues surgieron impulsadas por un origen desconocido y un fervor que se mantienen vivos y en aleteo. Releo algunos pasajes del año dos mil diez y de dos mil once: me desconozco en esas páginas tanto como en estos odres nuevos. Sin embargo, todo es el centro, la poesía es una, páginas de un mismo himno.   
Es claro que, en mi fuero interno, si de algo ha valido esta escritura, ha sido para poder volcar en ella las inquietudes y las reflexiones, las lecturas y lo que pudo haber sido expresado desde la literatura. Vida y literatura conjugadas inevitablemente. 

Esa dualidad termina siendo un unidad. Si no es así, la vida devorará las letras y las dejará como migajas. Es un mal de los escritores de ahora, prevalecen sus vidas, esto es, sus egos, por encima de la poesía. Es lo primero que uno aprende junto a A.C., a saber,  la palabra callada, susurrante, que silba en los labios casi un silencio prematuro, anestesiado, delicuescente, vaporoso y en soledad. Vida vivida desde la literatura, literatura creada desde la vida. Es por ello por lo que, a lo mejor, en este diario es el lugar en que mejor he comprendido ese trasvase necesario de la palabra en libertad.