REVISANDO un texto de Azorín,
recojo unas anotaciones de aquel lector que, hace ya algunos años, leyó
enfervorecido los pasajes de La voluntad. Aquella lectura fue resultado de un impulso por conocer la
afamada revolución de la novela en España a comienzos del siglo XX. El primer
texto que leí, después de Sonata de
otoño, de Valle-Inclán, fue el de Azorín. Guardo tan grato recuerdo que, hoy, al abrir
sus páginas, he confirmado la dimensión de este memorándum tras comprobar que la
anotaciones –garabateadas en los márgenes- son todas elogiosas. En uno de los
recovecos de la novela tengo subrayado lo siguiente y aquí lo traigo y recupero
para una relectura feliz: “Cuando yo muevo mi pluma para escribir una página,
¿puedo asegurar que esa página es mía y no de las generaciones y generaciones que
han inventado el alfabeto, la gramática, la retórica, la dialéctica?”
***
UN corifeo de pájaros nos saludó
al asomarnos a la puerta de la casa. La puerta de la casa contenía un sol de
lumbre templada. Esa lumbre palpitaba por el ramaje del limonero. El limonero
tenía la hechura de una melancolía ensoñada.
Creo que los pájaros habían
entendido esa circunstancia y que cantaban, -solemnes, revueltos-, la dimensión
de la tarde. Quisiera para mi canto esa naturalidad con que los pájaros ofrecen
los vítores a la tierra.