CADA vez voy entendiendo
más el fracaso. Quizás esta debiera ser la única posición del autor ante su obra,
lo que Ribeyro llamó “la tentación del fracaso”. Una tentación gozosa del
fracaso.
Un escritor, desde
que comienza a escribir, se cree poseído por unas virtudes que pocas veces o
ninguna es capaz de demostrar. Sus expectativas jamás serán colmadas y sus
deseos siempre rezarán como un estado latente, inalcanzables, ensoñados. Serán
siempre abstracciones y por mucho que escriba y aprenda y lea y ejecute
seguirán siendo figuraciones del espíritu, tentativas que anuncian, como decía,
un fracaso anunciado, un fracas cm suficiencia.
A pesar de ello, el
poeta verdadero es el que persiste, el que sabe que a lo sumo alcanzará a una
consciencia silenciosa en la creación, un resplandor, un vislumbre del misterio.
Apenas con eso lo tendrá todo; tendrá la señal de lo que sucedió en otra
dimensión interna de la que no podemos decir nada y de la que si decimos algo,
siempre será insuficiente. Porque nuestra naturaleza es finita y nuestra nombra
con demasiados balbuceos, entenderá el poeta que el fracaso sea un garante de
su acción, de su poesía. N por ello debe abandonarla, únicamente deberá aceptar
esta condición, la del que quiere escuchar la música de los astros desde la
Tierra.