sábado, 29 de octubre de 2011


UN señor llamado poeta dice que a los escritores del siglo XVIII y XIX no hay que leerlos, que en ellos no hay nada que merezca la pena. Otro señor, llamado poeta, dice que la traducción es un imposible y que no hay que leer textos traducidos. Al otro día, un señor que es poeta y profesor, ofrece una renovada y refrescante visión del los siglos XVIII y XIX, especialmente del XVIII, a través de la pintura y de un profundo conocimiento de otras tradiciones. Y luego leo que, otro señor llamado poeta escribe que este último quiso enfrentarse con Chateaubriand. Al cabo de unos minutos, recuerdo que otro poeta aconsejó a otro poeta que la cultura había que dejarla a un lado y que se centrara en la poesía verdadera…así podríamos escribir varias páginas cargadas de disparates y desmanes.  
¿Saben cuál es la diferencia que existe entre el señor que entiende el siglo XVIII y los demás? La ceguera a la que les conduce su fundamentalismo religioso.
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¿DÓNDE están los poetas? Probablemente respirando, armonizando su verbo en la soledad tañida de su noche.    
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ALGUIEN me preguntó hace unos días por qué tenía tanto entusiasmo con la poesía de cancionero y por la primitiva lírica hispánica. Le respondí que en esos versos había encontrado la música del idioma como en ningún otro periodo: una música mineral, proteica. Pasados unos días, creo que debí haber añadido a un puñado de poetas que siguieron en esa dirección en que la palabra posee, proyectada en la lírica, la música del idioma.
Precisamente, ahora que voy completando con lentitud el Cuaderno de Leonardo, me entero de que van a llevar a la National Gallery de Londres un monográfico sobre el genio renacentista. Leonardo trasladó a la pintura la naturalidad en lo sublime. Y con esos preceptos escribo a golpe de cuaderno. Quiero decir, con todo, que la tradición ofrece algo que solo en ella se encuentra, pero que es fundamental para poder tener un juicio claro sobre los poetas o escritores o artistas de la actualidad. Ese misterio, al que se refería JRJ, es la naturalidad del idioma, que no debe confundirse con un realismo burdo y abyecto. El grave problema es la sordera generalizada con que escriben los llamados poetas que solo atienden a razones cuando los convoca su vanidad más recalcitrante.  

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TÚ me escribes, yo te escribo; tú me sacas, yo te saco: vida triste de escritores.