LA lengua utilizada por los personajes genésicos en los textos sagrados era ritmada, pues la composición, ab origine, pertenece a la música. Así Adán, en el Paraíso. Por tanto, el poeta, sea cual sea su estancia en el tiempo y sus condicionantes, deberá dar encuentro a esa armonía versal y musical a la que se aproxima la palabra. No de otra forma tendrá consciencia de su escritura.
ANTE estas reflexiones, recuerdo aquel pasaje del Diario, de Kafka, en que defiende la literatura como el único movimiento existencial para salvar el mundo, en una suerte de nueva kábala: “elevar el mundo a lo puro, lo verdadero, lo inalterable”. Y creo que en ese cauce me siento prestado, pues es natura en el mortal lo efímero, lo tremendamente pasajero. Tal es así que, incluso su forma de expresión y comunciación, la palabra, es igualmente finita y corta, como decía Dante en el prodigioso canto XXXIII del Paraíso: “O quanto è corto il dire”.