lunes, 3 de octubre de 2011


SÉ que ya eres y con eso me basta. Me basta para entender que la finitud de la vida es lo que le confiere su esencia; sé que tu umbral pertenece a los adentros y que con tan solo soñarte permites el amor. Ya eres fin y permanencia, inicio de lo dulcemente traído por la convicción del amor. La transformación del amante, la amada en el amado transformada y el fruto cierto que prescinde de toda pereza material que nos asiste.

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TE he contemplado plural y de esmeralda, asistida por el soplo de los soles talados. Recostada, mientras tu cuerpo era cariátide de sal, mientras sostenías la vida en los azules de Estambul. He valorado todo lo que nos rodea como una travesía sin horizonte; he juntado las manos como quien solicita un imperio a sus ojos. Y nada se ha dictado a lo lejos, ha sido un áspid, una leve y brumosa melodía de astro vencido.   




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ESTA tarde he permanecido en fuga. Me he preparado un spritz y he recontado a los que, en la vida, hasta el momento, han sido dadores de emoción. Por unos instantes, me he soñado en Trieste, sentado en el café de la Plaza de la unidad de Italia, justo en el lugar en que conversé con Caludio Magris.
El colorido de la bebida quedaba fundido con la bora que brotó de no se sabe qué furia del Adriático. Nos llovió, pero no quisimos deshacernos de los ocres y las petunias.

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HE CONVERSADO con R.G. después de tanto. Lo he hecho con la emoción de quien confirma una pérdida, una ausencia en sus días. Obviamente, sus palabras eran oxígeno y los encuentros diarios otorgaban a la jornada una pátina de soportable levedad que anhelo con premura. Son seres extraordinarios, con los que pocas veces nos encontraremos en la vida.
Eso mismo me ha pasado en esta semana con alguien más a quien mantendré en el anonimato, -porque nuestro diálogo es continuo y secreto, llegó sin ser notado-, bajo el amparo de la noche de Virgilio, de la búsqueda del origen de las ínsulas extrañas y los matices como en un acuífero en que buscamos el mineral brillante de la verdad otorgada. ÁlotliS.   

Al cabo de unos minutos, me llama M.A.G.P. y me convoca con la felicidad de la noche estrellada y del canto en libertad de los pájaros. Me lo cuenta todo, -su estancia en Lanzarote-, como si estuviera narrándome un pasaje rupestre o un fragmento de una novela pastoril. Cuánto me alegran estas conversaciones esporádicas; jalonan el discurrir fracasado y sinsentido de los días, de los días que se agolpan con las voces de los seres queridos.  

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CADA vez que uno comience a escribir, debe ser un acontecimiento.

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RECUERDA J.A.V en Diario anónimo un pasaje de Platón en El segundo Alcibíades, que es inmenso: “Todo el arte de la poesía es por naturaleza enigmático”.