domingo, 23 de octubre de 2011

EN la esquina del cuaderno que tiene en la portada una pintura de Leonardo, tengo dos anotaciones escritas en agosto de dos mil diez, en Roma.  Una de ellas pertenece a Eclesiástico: "Ama tu oficio y envejece en él".
Junto a esta, unos versos que parecen estar arrinconados, casi desposeídos por la tinta:

La realidad más viva
habita en el poema;
reclinada en la luz está
dentro y dicta lo que somos.

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DE NUEVO, el poeta JAV llena de luz algunas horas de escritura y lluvia con su Diario anónimo. En esta ocasión, me sobrecogen algunas palabras dedicadas a los presocráticos ("Como lo divino es indiferente a la forma", Heráclito) y a la tradición literaria, a la que me referiré más tarde.  Después de leer el Diario casi en su totalidad, puedo asegurar que se trata de una de las obras más acertadas de este escritor. Así lo considero junto a Las palabras de la tribu
Escrita en septiembre de mil novecientos setenta y cuatro, dice: "Disuelta en el contenido de la tradición, la experiencia personal es anónima (es de todos los hombres). Ese punto de disolución sería el punto de incidencia de la visión particular con el potencial expresivo universal)." 

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UN yo siendo otro. Para que la experiencia personal pueda incardinarse en la experiencia universal debe contraer relaciones de transformación y permanencia. Ningún escritor que pretenda imponer su experiencia al acervo literario podrá dejar que su circunstancia más nimia prepondere sobre lo que luego será universal. Por ese motivo, la virtud mayor del escritor consiste en dejar de ser él mismo, aparcar su conciencia personal y escribir desde la conciencia universal de los mortales. Platón, Dante o Borges lograron hacerlo.