lunes, 17 de octubre de 2011


EN el centro del bosque, respirando, aprende uno  a desvencijar sus certezas. Qué minucia y qué pretenciosos somos apenas nos dejan serlo.
El diálogo consiste en que los interlocutores tengan la sensación de estar ejecutando un monólogo intenso, un concierto polifónico en el que su voz, fundida en otra consciencia, vaya tomando matices, figuraciones antes nunca advertidas. Es la sensación misma de la voz nutricia de un poeta, esto es, la candente lectura que alimenta a través de la palabra.
Por  esta causa profunda, prefiere uno tener encuentros contados, sinuosos, transitivos, con quienes pueden ofrecerle no la imposición ni la ceguedad, no la unívoca forma de la belleza quizás atrapada por los prejuicios, sino la palabra de quienes observan los pájaros en las ramas y presencian la ebriedad del cielo y la encendida casa a ras de tierra.
Los he visto como los personajes de Flaubert, Bouvard y Pècuchet, atisbando los límites del arte, las sentencias miserables de los creídos. Estos personajes de Flaubert, como las ficciones de Cervantes, se valían del humor y la ironía para entender los desmanes. Tenían la costumbre de ir anotando en cuadernos aquellas sentencias que entendían necesarias para la disputa. Ahora el caso es distinto y el poeta, por un lado, y el aprendiz, por otro, han llegado a la misma conclusión: la necesidad es la blancura y el río de sombra de un cuaderno.
Instados por los versos proteicos de un maestro vivo y actual, han pervivido en el centro del Bosque, quedamente, en una pausa transida por el gozo.
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POR el paseo, de vuelta, me quedé pensando en los disparates que acababa de proclamar. Si soy algo es incauto y además de una torpeza supina.  A veces, la mayoría, los juicios no acompañan al apasionamiento y todo queda en unas torpes y desvaídas imprecisiones. Es, en ese momento, cuando continúo leyendo con más ahínco y llego a casa sofocado, casi sin aire; M.C. me pregunta si otra vez he vuelto a mi hiperestesia. Como si habitara en un jardín inglés, cuya disposición fuera sueño y savia de encina, le contesto sonriendo.                  
       
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EN lo efímero los efímeros se regocijan.
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¿Y qué es lo perenne y eterno? Abran un libro de Virgilio. Lean a Dante y encamínense a la tumba satisfecho, a la tumba negra.
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COMPRUEBO, tras releer estas notas, que el estilo no acompaña a la emoción y que debe ser eso lo que provoca una insatisfacción aguda. La misma que mi cobardía a abandonar el blog, pues ya se acabó el juego, el tiempo del ejercicio y de la efusión, si es que alguna vez fue experimento. Donde nunca hubo literatura, ahora está instalada la verdad del que sostiene en público sus palabras. 
Considero que, en ocasiones, el abismo y la ingravidez de la plena soledad son la prueba necesaria que nos sitúa en el mundo y que nos marca si estamos dispuestos a comenzar una obra que brote verdadera. Ese abismo se consigue leyendo, la soledad es cuestión de la escritura.  
...una obra anidada en un cuaderno blanco, comprado en Italia, en el sur,  después de un año, entre órficas radiantes de luz.      


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ACASO todo sea más íntimo a todo lo vivido,  más extenso que lo que nunca advertimos; acaso la poesía sea indiferente a las formas con las que pretendemos figurarla; como las sustancias más necesarias, inexistentes para los que tratan de aprehenderla en lo más cercano al hombre. Para ellos invisibles y para todos confusa presencia. 
La poesía es caza de alcance, transformación perpetua que conduce a una topografía sin límites. Los límites del ser y de la poesía conciertan universos parejos en la belleza lejana de los astros.