EN el centro del bosque,
respirando, aprende uno a
desvencijar sus certezas. Qué minucia y qué pretenciosos somos apenas nos dejan
serlo.
El diálogo consiste
en que los interlocutores tengan la sensación de estar ejecutando un monólogo
intenso, un concierto polifónico en el que su voz, fundida en otra consciencia,
vaya tomando matices, figuraciones antes nunca advertidas. Es la sensación
misma de la voz nutricia de un poeta, esto es, la candente lectura que alimenta
a través de la palabra.
Por esta causa profunda, prefiere uno tener
encuentros contados, sinuosos, transitivos, con quienes pueden ofrecerle no la
imposición ni la ceguedad, no la unívoca forma de la belleza quizás atrapada
por los prejuicios, sino la palabra de quienes observan los pájaros en las
ramas y presencian la ebriedad del cielo y la encendida casa a ras de tierra.
Los he visto como
los personajes de Flaubert, Bouvard y Pècuchet, atisbando los límites del arte,
las sentencias miserables de los creídos. Estos personajes de Flaubert, como
las ficciones de Cervantes, se valían del humor y la ironía para entender los
desmanes. Tenían la costumbre de ir anotando en cuadernos aquellas sentencias
que entendían necesarias para la disputa. Ahora el caso es distinto y el poeta,
por un lado, y el aprendiz, por otro, han llegado a la misma conclusión: la
necesidad es la blancura y el río de sombra de un cuaderno.
Instados por los
versos proteicos de un maestro vivo y actual, han pervivido en el centro del
Bosque, quedamente, en una pausa transida por el gozo.
***
POR el paseo, de
vuelta, me quedé pensando en los disparates que acababa de proclamar. Si soy
algo es incauto y además de una torpeza supina. A veces, la mayoría, los juicios no acompañan
al apasionamiento y todo queda en unas torpes y desvaídas imprecisiones. Es, en
ese momento, cuando continúo leyendo con más ahínco y llego a casa sofocado,
casi sin aire; M.C. me pregunta si otra vez he vuelto a mi hiperestesia. Como
si habitara en un jardín inglés, cuya disposición fuera sueño y savia de encina,
le contesto sonriendo.
***
EN lo efímero los
efímeros se regocijan.
***
¿Y qué es lo perenne
y eterno? Abran un libro de Virgilio. Lean a Dante y encamínense a la tumba satisfecho, a la tumba negra.
***
COMPRUEBO, tras
releer estas notas, que el estilo no acompaña a la emoción y que debe ser eso lo
que provoca una insatisfacción aguda. La misma que mi cobardía a abandonar el blog, pues ya se acabó el juego, el
tiempo del ejercicio y de la efusión, si es que alguna vez fue experimento. Donde
nunca hubo literatura, ahora está instalada la verdad del que sostiene en
público sus palabras.
Considero que, en ocasiones, el abismo y la
ingravidez de la plena soledad son la prueba necesaria que nos sitúa en el
mundo y que nos marca si estamos dispuestos a comenzar una obra que brote verdadera. Ese abismo se consigue leyendo, la soledad es cuestión de la escritura.
...una obra anidada en un cuaderno blanco, comprado en Italia, en el sur, después de un año, entre órficas radiantes de
luz.
La poesía es caza de alcance, transformación perpetua que conduce a una topografía sin límites. Los límites del ser y de la poesía conciertan universos parejos en la belleza lejana de los astros.
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ACASO todo sea más íntimo a todo lo vivido, más extenso que lo que nunca advertimos; acaso la poesía sea indiferente a las formas con las que pretendemos figurarla; como las sustancias más necesarias, inexistentes para los que tratan de aprehenderla en lo más cercano al hombre. Para ellos invisibles y para todos confusa presencia. La poesía es caza de alcance, transformación perpetua que conduce a una topografía sin límites. Los límites del ser y de la poesía conciertan universos parejos en la belleza lejana de los astros.