EL sonido lo apreciamos en lo interno, es en lo profundo donde la música nos sacude. Podemos cerrar los ojos, guardar nuestras manos y apagar nuestra boca, sin embargo, el oído media y actúa entre el día y la noche, entre el sueño y la realidad. La música nos llega involuntariamente, la música que descifra.
A oscuras, paralelamente, como unas raíces ocultas, el oído atraviesa nuestra mente; a su altura se manifiesta una respiración que comienza a tomar el cuerpo de una polifonía. Una respiración del mundo en nuestra respiración, un ritmo oculto hasta entonces con el que iniciamos un trayecto sin principio y del que no tenemos otra certeza más que su armónica belleza impalpable. Se consigue solo en nosotros, cuando hacemos de nuestro pecho una bóveda del mundo, una cúpula en que resuenas los sonidos del mundo. Se consigue cuando el individuo está limpio y en calma, solo así conseguirá crear más allá de la comunicación y la expresión.
El poema es la piedra ígnea del magma vivido.
La palabra no consiente armónicos, su verdad es unívoca y eso la empobrece;el pensamiento puede ser polifónico, pero la palabra le impide razonar con virtud, por eso el poeta busca otro razonamiento, el de lo poético. La palabra no puede ser polifónica, su cuerpo físico se lo impide; la palabra solo se escucha y pronuncia solitariamente, no puede unirse a otras voces al unísono para enriquecerse y acoplarse con el ritmo del mundo.