miércoles, 25 de abril de 2012

POR una de las ventanas del sótano en que trabajo los últimos meses, solo puede atisbarse un pedazo de cielo. El resto debo construirlo con la imaginación y la suposición. El trozo que percibo está gris y melancólico, pero pienso que, en su alrededor, puede que predomine un azul del serallo. Será en mi mente o no, pero existirá esa realidad ahora que la escribo.

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J.M. me escribe desde Alemania y me avisa de que ha estado retocando la traducción. En sus palabras explicativas percibo que el espontáneo traductor se ha impregnado de un daimon espiritual, una esencia que puebla la poesía. Ese sentido está oculto a la primera lectura, a la superficial relación. Y es ese pensamiento el que me desconcierta de la tierra que piso esta tarde de cielo gris y melancólico y el que detona que la fidelidad se acreciente.

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SUENA Mahler: la profundidad discernida.

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SIGO leyendo el libro de Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, y lo hago como el que lee una elegía cargado de reminiscencias y anhelos. Cuánta verdad volcada en estas páginas y cuántos no se demarcarán de ellas; cuánta razón vertida en estos párrafos y cuántos valedores del espectáculo denunciarán su arcaica sustancia. Bienaventurado el que lea limpio de corazón.