lunes, 23 de abril de 2012

TOMO notas de las lecturas; acopio impresiones; escucho los acordes líricos de Schubert, sin embargo, me siento desnudo y absurdo. Absurdo significa, desde su étimo romano, sonido falso, esto es, el que deja de escuchar lo verdadero, el que ensordece al no escuchar la armonía del cosmos. Sordo y triste, como una rama perdida entre las encinas, amontono frases que nadie vendrá a reclamarlas, pues nadie sabrá de su existencia. Serán ocultas estaciones.
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HEIDEGGER reparó en que cuando alguien dice que no ha escuchado bien, en puridad está afirmando que no ha entendido bien. Fijó su atención el filósofo en ese cotidiano ejercicio hermenéutico de escuchar la palabra para comprender.
Algo parecido le sucede a la poesía: debe contener una música. Esa música debe ser descifrada por el lector para que pueda comprender la creación. Así, a la ceguera que proviene de la claridad, considero que el lector queda sordo ante el discurso concertado y verdadero de la poesía. Eso es, una sordera y una ceguera que, si se comprenden y razonan desde lo luminoso, pueden hacer que escuchemos los sones perdidos de la aurora, la ínclita voluntad de los árboles en la tierra.