sábado, 7 de abril de 2012

TODA la tarde leyendo Fedro, de Platón. Cargado de emociones, subrayo un pasaje inicial en que Sócrates se dirige a Fedro como “filólogo”, pero no, -como bien apunta E. Lledó-, en el sentido de aquel que busca sentido dentro de la realidad verbal, sino el que se cuestiona la vida y la muerte de la lengua mediante la escritura. Esta era la idea que quise expresar hace unos días y que encuentro, hoy, de nuevo, en Platón, el temblor que siente el poeta cuando tiene presente el magma vivífico de la palabra que crea.


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VOY terminando la lectura de Aire de Dylan, de Vila-Matas y de las Nuevas separatas de Literatura, Arte y Música, de J.C; de la misma manera soporto las líneas de Sterne y su soporífero Viaje sentimental. Claro, después de Platón, todo parece un ágape, una parada o asueto para oxigenar o dejarse ir por otros derroteros menos exigentes. Qué necesaria la lectura rotunda, la que vertebra y demedia al lector de turno y en qué migajas queda lo que algunos consideran fundamental. Unas participan de la palabra, otras son la palabra misma.
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VIVIR como un arte que busca su forma; vivir en la mortalidad, con la finitud en el nacimiento; donar al yo una forma expresiva que lo emparente con lo original y navegar los ecos de la música que Orfeo interpretó después de haber descubierto el Hades. Pues Orfeo no descendió por amor, sino para transmitir a los mortales el camino de vuelta de la muerte y así romper la naturaleza del mortal.