HOY es uno de esos días en que me complazco con la mudez. Todas las palabras sobrevienen como un añadido innecesario. He paseado un rato por la tarde, he leído un puñado de páginas, entre ellas, el poema de Machado dedicado a la encina y las páginas de Mainer que descifran a Baroja; he visto cómo el cuerpo de E. se intuye en las figuraciones de la piel de la madre y cómo responde cada vez que la nombro; hemos escuchado música, con Léo Delibes; he leído unas páginas bellas que me emocionan y evocan un recuerdo bello; he pensado en la luz y en el aire que abrigaba mi cuerpo; he anotado varias notas de una futura narración en un cuaderno y he visto los roces del sol entre las nubes; he escuchado los acordes de Bach y he pensado, por momentos, en la Vida Nueva, de Dante; he habitado las noches de Virgilio y mi cuerpo ha dejado de ser mío por unos instantes. Todo, todo lo que la memoria procura es materia de los sueños y del entendimiento, todo es encarnadura de la mortalidad.