ESTOS días, en
cuanto me levanto, los comienzo con unas ansias de escribir incontrolables. Unas
ansias incipientes, que casi suenan en el abrir de los párpados como una música
de sueño.
He soñado que bajaba por las escaleras con una férula llameante y que
justo cuando llegaba al salón de casa, justo cuando me disponía a abrir uno de
los libros que había dejado encima de la mesa, alguien me esperaba sentado; alguien sin rostro, alguien que hablaba con mi tono de voz y que me enseñaba mis
propias manos.
Es un sueño de iniciación, de reconciliación conmigo, que me
persigue y sacude y somete en estos días de tranquilidad literaria, pero de
desasosiego interno. Nunca creo estar cumpliendo mi compromiso con la
literatura y, como Prometeo, la llama en la férula trata de levantar mi conciencia.
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EN la pila de
libros, el primero de todos, Biblioteca,
de Apolodoro. Esta miscelánea, a veces narración y otras descripción, en
ocasiones relato mítico y, en otras, resumen de lo crucial en el mundo griego,
me parece un compendio maravilloso para dejarse llevar mientras la lluvia
construye, golpeando en los cristales, una ráfaga de grises y de linos en el
cielo. Este libro contiene un espíritu, una cosmovisión. Pocos volúmenes, en la
historia de la literatura, palpitan tanto como este aun no perteneciendo a
ningún género literario, aun aglutinando en él la prosa, el relato, la cadencia
lírica, esto es, lo poético.
Como sucede con la
lectura del “Cantar XXVII”, de Pound, en que comienza a brotar la voz de Cavalcanti
en la Pound y la de este entroncando con el Renacimiento: “Formando di disio
nuova persona”, así con Coleridge en Biographia
literaria. Coleridge, al tratar los poemas de Wordsworth y la entereza del
poeta frente a la poesía, termina apuntando hacia una dicotomía que, hace poco,
salió a nuestro encuentro. Se trata de la expresión y de la creación. Sin embargo,
Coleridge, con la templanza y el estilo que lo caracterizan, resuelve el problema
con más lucidez. Para empezar, no dirime entre mera expresión y creación, sino
que enfrenta a los poetas cuyo verbo es “una mezcla de volición consciente con
adornos del habla que degeneran en criaturas hijas de un propósito arbitrario,
fríos artificios técnicos y mero ornamento”, de los que, con su genio,
distinguen la estirpe de la verdad y, al mismo tiempo, se alejan de la
falsedad.
Todo ello, ambas condiciones, que uno pensaba que se resumía a
expresión y creación, quedan perfectamente definidas entre los poetas que hacen
de la poesía mórphosis y los que
hacen poíesis. O mera transformación
del habla o creación de la verdad poética en sí misma.
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EL poema titulado La
apología del obispo Blougran, traducido por el recién difunto Carlos Pujol,
cierra el episodio de lecturas en la mañana. Un verso se solapa a mis
pensamientos: “Impotentes, lo contemplamos todo,”, We look on helplessly.
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...pero el misterio me lo entrega Leopardi, en Zibaldone: "Oh infinita vanità del vero!". Oh, infinita vanidad de lo verdadero.