lunes, 2 de abril de 2012


ESTOS días, en cuanto me levanto, los comienzo con unas ansias de escribir incontrolables. Unas ansias incipientes, que casi suenan en el abrir de los párpados como una música de sueño. 
He soñado que bajaba por las escaleras con una férula llameante y que justo cuando llegaba al salón de casa, justo cuando me disponía a abrir uno de los libros que había dejado encima de la mesa, alguien me esperaba sentado; alguien sin rostro, alguien que hablaba con mi tono de voz y que me enseñaba mis propias manos. 
Es un sueño de iniciación, de reconciliación conmigo, que me persigue y sacude y somete en estos días de tranquilidad literaria, pero de desasosiego interno. Nunca creo estar cumpliendo mi compromiso con la literatura y, como Prometeo, la llama en la férula trata de levantar mi conciencia. 

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EN la pila de libros, el primero de todos, Biblioteca, de Apolodoro. Esta miscelánea, a veces narración y otras descripción, en ocasiones relato mítico y, en otras, resumen de lo crucial en el mundo griego, me parece un compendio maravilloso para dejarse llevar mientras la lluvia construye, golpeando en los cristales, una ráfaga de grises y de linos en el cielo. Este libro contiene un espíritu, una cosmovisión. Pocos volúmenes, en la historia de la literatura, palpitan tanto como este aun no perteneciendo a ningún género literario, aun aglutinando en él la prosa, el relato, la cadencia lírica, esto es, lo poético. 

Como sucede con la lectura del “Cantar XXVII”, de Pound, en que comienza a brotar la voz de Cavalcanti en la Pound y la de este entroncando con el Renacimiento: “Formando di disio nuova persona”, así con Coleridge en Biographia literaria. Coleridge, al tratar los poemas de Wordsworth y la entereza del poeta frente a la poesía, termina apuntando hacia una dicotomía que, hace poco, salió a nuestro encuentro. Se trata de la expresión y de la creación. Sin embargo, Coleridge, con la templanza y el estilo que lo caracterizan, resuelve el problema con más lucidez. Para empezar, no dirime entre mera expresión y creación, sino que enfrenta a los poetas cuyo verbo es “una mezcla de volición consciente con adornos del habla que degeneran en criaturas hijas de un propósito arbitrario, fríos artificios técnicos y mero ornamento”, de los que, con su genio, distinguen la estirpe de la verdad y, al mismo tiempo, se alejan de la falsedad. 
Todo ello, ambas condiciones, que uno pensaba que se resumía a expresión y creación, quedan perfectamente definidas entre los poetas que hacen de la poesía mórphosis y los que hacen poíesis. O mera transformación del habla o creación de la verdad poética en sí misma.   

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EL poema titulado La apología del obispo Blougran, traducido por el recién difunto Carlos Pujol, cierra el episodio de lecturas en la mañana. Un verso se solapa a mis pensamientos: “Impotentes, lo contemplamos todo,”, We look on helplessly.  

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...pero el misterio me lo entrega Leopardi, en Zibaldone: "Oh infinita vanità del vero!". Oh, infinita vanidad de lo verdadero.