martes, 3 de abril de 2012


INVADE el mundo una tristeza de lluvia desnuda, una melancólica estación interna de fuegos y de auroras que, dispersas, en archipiélagos, trata de decir el mundo en su infinidad. 

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LA poesía es una reconciliación momentánea, en el tiempo y en el espacio, del hombre con el mundo. Depende de la armonía que habite en el poema, de la fidelidad de la palabra establecida, así de misteriosa y edificante será al leerla. 
El poeta pierde la conciencia propia para entregarla a la corriente de la poesía; un poema es una entrega, una meditación colectiva del ser escrita por un hombre que, debido a la ceremonia de la poesía, se abandona y se hace palabra. 
La vida del poeta no debe aparecer más que en sus poemas o escritos sobre poesía; la vida, dependiente de una ética estética, no debería tener existencia más allá de la palabra que convoca a la poesía. Todo lo demás es superfluo, innecesario, banal, inconsciencia. El poeta encauza su vida en un arte de la vida que entiende que el mundo, al completo, todo él, es un poema y como tal está repleto de ritmos y de símbolos. 
Como un acto de fe escribimos del alma, sin conocer con exactitud la materia de los sueños y las pulsiones que sustancian el poema. Ritmo, silabeo, símbolos desde dentro de un hombre que se precipita en la búsqueda del ritmo, el silabeo y los símbolos de la tierra.

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HOY, A.M.M., en Escrito en un instante,  escribe unas líneas que dicen, de forma eficiente, lo que pienso de la crítica literaria actual. Destaco en negrita las palabras clave. Estas acciones sincrónicas me sorprenden cada vez menos, pues parece que todo encaja y va encontrando su puesto en el mundo. 
Me ha parecido honesto transcribirlas aquí, pues me identifico con sus pareceres y su conclusión: “Curioso el destino de los estudios literarios: a lo largo de decenios se han ido volviendo, en las universidades, cada vez más ininteligibles, convertidos en jerga, fosilizados por ortodoxias sucesivas cada vez más intolerantes, más herméticas, cada vez más ajenas a la filología, es decir, literalmente, al amor por la palabra, a la aproximación iluminadora y entusiasta a las obras escritas.  Todo modas, una tras otra: marxismo, lacanismo, estructuralismo, postestructuralismo, postcolonialismo, etc.”.